1- Pobla del Duc, en agosto de 1624 estallo en esta villa una terrible epidemia a la que unos llamaban “garrotillo” y otros “anginas podridas”. En todas las familias de la localidad hizo presa la epidemia, dejando siempre la providencia quien pudiese asistir a los enfermos, cayendo en cama unos y mejorándose otros. No hubo casa de la que no saliese un cadáver por lo menos.

En vista de la espantosa tribulación que afilia al vecindario y con objeto de implorar la divina clemencia, se sacaron en devota rogativa las imágenes de Nuestra Señora de la Asunción, titular de la parroquia- y la de San Francisco de Paula, venerada en el Convento de Mínimos, rogativa fervorosa, varias veces repetida: pero cuanto más, y más se encendía la peste. Apenado el señor cura por la calamidad que diezmaba a sus feligreses, convoco a una reunión al clero, autoridades civiles y comunidad de Mínimos, para ver el medio de aplacar el brazo airado de Dios. Dicha reunión se celebró el 3 de septiembre y en ella propuso el párroco que, al día siguiente, después de la Misa Conventual, eligieran todos e hicieran elegir a los enfermos de su casa, grandes y chicos, el santo o santa de su devoción, poniéndoles en boleta, cuyos nombres se insacularían: y el primero que saliera a la suerte, quedaría nombrado Patrono de esta villa. Así se acordó.

Y al día siguiente, terminada la misa Mayor y ocupando cada uno su sitio en la iglesia parroquial, el señor cura recogió en un saco las boletas, que eran mas de quinientas; y llamando a un niño de seis años le hizo sacar una de ellas; leída, decía: Blas, Obispo de Sebaste. Mosen Vicente pregunto quién había tenido tal idea; y todos respondieron que no lo sabían. Como el caso era inexplicable, se volvió a sortear y dio el mismo resultado: Blas, Obispo de Sebaste. Asombro general. Pregunto otra vez l Párroco quien era el que había puesto la boleta y nadie supo dar razón. Se sorteo por tercera vez y volvió a leerse: Blas, Obispo de Sebaste….el asombro fue inmenso. Bien claramente se vio la voluntad del Cielo de que fuera Patrono el excelso abogado contra los males de garganta y por aclamación quedo nombrado Patrono de la villa es esclarecido mártir San Blas.

Organizose en el mismo día una rogativa-procesión en honor del nuevo patrono. Pero como no había en la localidad imagen de escultura de San Blas, se utilizó una estampa del mismo y para que pudiera ser vista fácilmente por todos se colocó sobre las andas una barchilla boca abajo y se sujetó la estampa por su borde inferior en la rendija o Junta de las dos tablas del fondo de la barchilla. A medida que la humilde estampa sobre las andas iba pasando por delante de las casas, los enfermos se sentían instantáneamente curados y plenos de indescriptible emoción se levantaban y asomaban a las puertas y ventanas para expresar su gratitud al Santo, con el rostro bañado en lágrimas, prorrumpiendo en exclamaciones de reconocimiento y adhiriéndose, no pocos, a la procesión.

N 4/5 folio 313

--------------------

2- A principios del siglo XVII existía en esta población la casa llamada Hospitalet, situada donde hoy están las escuelas nacionales de niños y niñas, en la plaza del a Iglesia y tenía por objeto dar albergue a los transeúntes indigentes y a los vecinos pobres y enfermos. La administración y cuidado de este centro benéfico corrían a cargo de uno de los Beneficiados de la Parroquia, al que se designaba con el dictado Padre de Pobres.
En el año 1624 era Padre de Pobres Mosén Valentín Bataller, de March, quien con su hermano Juan habitaba en una casa de su propiedad que deber ser hoy, probablemente, la número 11 de la plaza de la Independencia, antes plaza de la Comuna, casa situada entre la de doña Rafaela Fayos Ruiz y la de don Ladislao Soriano Gomis. Al final del siglo XVIII y comienzos del XIX la mencionada casa era de Manuel Miquel Perelló, maestro cirujano. Al presente –año 1930- es propiedad de Blas Navarro Gomar.
Era el miércoles 2 de diciembre del referido año 1624, cuando se presentaron a Mosén Valentín Bataller dos pobres estudiantes solicitando hospitalidad. Bien porque el corazón de Mosén Valentín rebosaba de caridad cristiana o porque la condición de ser estudiantes inclinara al Padre de Pobres a una mayor atención con ellos, es el caso que les dio albergue en su propio domicilio, alojándolos en un aposento del mismo, entrando a la derecha. Allí tuvieron alojamiento hasta el viernes, día 4, en que sin que se conozca exactamente a qué hora de la madrugada, se fueron de la expresada casa, dejando dicho, a lo que parece, que se marchaban al Hospitalet; y al saberlo Mosén Valentín, que custodiaba las llaves del establecimiento, se dirigió allá con intención de abrirlo y complacer así a los desconocidos estudiantes. Gran sorpresa experimentó el buen sacerdote al percibir abierto el Hospital. Entró al punto y observó, con el pasmo consiguiente, una preciosa imagen de Cristo Crucificado, nunca vista en la Puebla, fabricada de un madero o tronco depositado en aquel local Buscó a los estudiantes y no los encontró: habían desaparecido sin dejar rastro alguno de su paradero. De aquí la piadosa creencia de que los incógnitos estudiantes fueran dos ángeles del Cielo, pues que en tan breve tiempo –solo unas horas- habían realizado el prodigio de tallar tan devota, acabada y perfecta imagen de Cristo en la Cruz.
Jubiloso y presa de la mayor emoción por tan rara maravilla, no perdió un instante el afortunado hallador y voló a dar cuenta al señor Cura, que lo era en aquel tiempo Mosén Vicente Joseph Tomás, quien accedió de buen grado a las súplicas de Mosén Valentín, que para satisfacción de su fervor pedía ardientemente llevarse a casa el preciado tesoro, mientras se habilitaba en la iglesia lugar adecuado para tan hermosa imagen.
Mosén Valentín conservó la imagen algún tiempo en su casa, pero como se advirtieran algunas señales de locura en el expresado sacerdote, se trasladó el Crucifijo a la iglesia parroquial. Lo que hemos puesto en letra cursiva está confusamente escrito en el original, por lo que más bien se ha de adivinar que leer. No nos consta que se repitieran semejantes indicios de locura. Es muy posible que lo que el vulgo interpretara en ese lamentable sentido fuese más bien señal de fervoroso arrebato, muy explicable en el principal testigo de prodigio tan singular; y es preferible creer que el Santísimo Cristo fue trasladado a la iglesia no por otra razón que la de haberse dispuesto así desde un principio, como arriba queda indicado.
Sea de esto que se quiera, es lo cierto que al cabo de no mucho, fue llevado el inestimable tesoro a la parroquia, colocándola en el altar que hasta comienzos del pasado año 1929, era de las Benditas Almas del Purgatorio y que existía en donde hoy el del glorioso Patrono San Blas, en cuyo altar de las Almas estuvo muchos años la sagrada imagen, estableciéndose entonces la costumbre de cantar ante ella un solemne Miserere el día de Viernes Santo.
Del altar de las Almas se trasladó después el Santo Cristo al altar que había debajo del órgano de aquellos tiempos y que después fue de la Virgen de los Dolores y hoy de la Purísima. Allí permaneció muchos años más, siendo designado por los fieles con el título de Cristo de Bajo del Órgano.
Transcurrieron los años y llegó el 6 de junio de 1742, en que girando Visita Pastoral a esta villa el ilustre Arzobispo de Valencia Excmo. y Rvdmo. Señor Don Andrés Mayoral, recomendó al entonces Cura Doctor Don Francisco Pons, hijo de Almoines, se destinara otro altar mejor a la portentosa imagen y se la rodease de mayor pompa, digna de su merecimiento y majestad. Esto mismo recomendó también un enfermo del Hospitalet, reputado por muy bueno y ejemplar.
En virtud, pues, de las observaciones del Señor Arzobispo y habiéndose engrandecido la iglesia con cuatro capillas más, se le dedicó una de ellas dignamente en el lugar donde se alzaba el antiguo campanario. Allí fue colocada y venerada hasta hace tres años; y allí la designó el pueblo con el nombre de Santo Cristo de la Vidriera, por razón de haber dispuesto un Reverendo Prelado se cerrara con cristales el nicho de su altar, con cuyo expresado nombre se le conoció durante más de un siglo, hasta que en vista de los beneficios dispensados por su mano, tuvo un tal Padre Antonino Agustino –que según cierta versión fue un Padre de la Orden de Mínimos del Convento de la Puebla- la celestial inspiración de invocarle con el consolador título de Cristo del Amparo, invocación que ha sido la definitiva, por más apropiada y la que vulgarizó al punto con general complacencia.

N 1/5 folio 314